Picasso poeta | Crítica de danza

Picasso, el poeta descarriado

Fernando Romero en la primera parte de su espectáculo en el escenario del Cortijo de Cuarto.

Fernando Romero en la primera parte de su espectáculo en el escenario del Cortijo de Cuarto. / Lolo Vasco

Podría pensarse, con lo difícil que está la vida y el arte, que Fernando Romero se ha querido apuntar al carro de las celebraciones del cincuentenario de la muerte de Picasso, pero quienes lo conocemos de antiguo sabemos que no es así.

Buenas muestras nos ha dado ya, junto a la exuberancia de su baile, de la inquietud de su mente, de su gusto por la música atonal y pre-atonal y de su afición por la poesía.Hace años que los poemas de Picasso rondaban por su mente.

Poemas casi desconocidos que Picasso empezó a escribir en 1935, en medio de una gran crisis personal, y que han sido eclipsados sin duda por la inmensidad del pintor. Sin embargo, la mayoría fueron publicados, ya en los Cahiers d’Arts de Bretón ya en revistas literarias como la dadaísta 391 de Picabia. Según su estudiosa Marie-Laure Bernadac, “eran el complemento indisociable de su pintura, de tal forma que cuando pinta quiere nombrar las cosas y cuando escribe las visualiza”.

La unión entre Picasso, el músico francés Erik Satie y la danza sí es algo fácilmente comprobable. Baste decir que se encontraron en la producción de Parade (1917), la célebre obra de Los Ballets Rusos de Diaghilev sobre una idea de Cocteau, con música del francés y escenografía y vestuario del artista malagueño. Huelga citar los vestuarios que Picasso realizó para grandes ballets como El sombrero de tres picos de Falla, hoy propiedad del Ballet Nacional de España.

Hacemos esta larga premisa para subrayar el hecho de que, tratándose de Fernando Romero, y ahora de Estrellas eléctricas aplastadas por el tacón. Picasso poeta (título de uno de los poemas), nada es fruto del azar, si bien, dada su materia, el resultado sea difícil de entender y de digerir.

La pieza, que comienza con un alegato del propio pintor en favor de la danza, no es más que un recorrido por algunos de sus poemas en los que, al igual que en su pintura, se encadena lo real con lo abstracto o con lo surrealista porque, como le dijo a su amigo Roberto Otero, “yo soy un poeta descarriado”.

Los temas son muy variados, desde el amor hasta la comida. En la primera parte, con las piezas menos conocidas de Satie maravillosamente interpretadas en el piano por Natalia Kuchaeva y por Carolina Alcaraz en la percusión, el actor Juanjo Macías los va recitando mientras Romero, con aspecto de Arlequín picassiano, muestra los registros más contemporáneos de su danza, siempre precisa y rica en giros y piruetas.

Una atmósfera de libertad casi dadaísta (que nunca llega a serlo porque Romero es demasiado leal a los cánones estéticos aprendidos) que se ve gratamente interrumpida por una escena del mejor showman (que es Macías) haciéndose eco de la actualidad y alertándonos del peligro y el desastre que podría suponer para los creadores (y para todos) la pérdida de la libertad de expresión.

La pieza se vuelve más dramática -y más interesante- en la segunda parte, con poemas que Picasso escribió en 1937, probablemente mientras pintaba el Guernica, así como en el exilio francés. Un acierto el romance cantado por el siempre estupendo Miguel Ortega (que también cantó otros ritmos como fandangos y livianas con los textos del pintor y con problemas de microfonía), el traje militar del bailaor y acciones como las de las bombillas que pisotea como símbolo de una época de oscuridad y la alusión al infierno con un irónico vestuario de color rojo.

Más tarde, un bailaor elegantemente vestido de traje nos sorprendió a todos diciendo magníficamente algunos poemas y ejecutando un baile ya abiertamente flamenco, marca de la casa en cuanto al uso de los pies y a la abundancia de vocabulario. Un baile maduro, expresión del extraordinario bailarín y bailaor que es. La música más conocida y melancólica de Satie (las Gnossiennes) ayudó sin duda a conectar con los espectadores.

Estrellas eléctricas…, como se ha dicho, es un espectáculo arriesgado y complejo, hecho con una danza de alto nivel y con excelentes mimbres, aunque está claro que para traducir en imágenes el surrealismo y las numerosas sinestesias de los poemas hubiera hecho falta una producción con más medios económicos y técnicos. Ojalá no se quede en flor de un día.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios