ROSS. Gran Sinfónico 3 | Crítica

Ternuras y pasiones otoñales

Jaeden Izik-Dzurko y  Antonio Méndez con la ROSS en el tercer programa del ciclo Gran Sinfónico

Jaeden Izik-Dzurko y Antonio Méndez con la ROSS en el tercer programa del ciclo Gran Sinfónico / Marina Casanova

Objetos de la vida cotidiana (copas, botellas, latas...) cobraron vida en la obra de Elena Mendoza, en la que la pulsión teatral se acomodaba a una música que sobre un estatismo absorbente de base se movía en texturas en permanente metamorfosis. Esta visión de lo doméstico en calma encajó perfectamente con la visión que el joven canadiense Jaeden Izik-Dzurko dejó del Concierto de Schumann, una lectura finísima, intimista, hecha desde un legato prodigioso y un refinamiento sonoro que Antonio Méndez protegió con un acompañamiento de dinámicas tenues y magnífico equilibrio orquestal. El Andantino grazioso alcanzó en las manos de Izik-Dzurko un sentido poético casi trascendente, pura alquimia, antes de que en el Allegro vivace comenzase una articulación más marcada de las frases, aunque sin perder de vista la ternura de un sonido que nunca fue arrebatador, pero sí extremadamente seductor. ¿Un Schumann poco romántico, poco apasionado? Quizás. Pero una visión posible, elegante y gozosa.

El balear Antonio Méndez pareció dejar su perfil más clásico en el camerino y, en la segunda parte, se enfrentó al Rajmáninov de las soberbias Danzas sinfónicas con una energía que supo explotar a la perfección ese ritmo marcial del arranque y, que en el final, se dejó llevar por los espasmódicos estallidos sincopados en que navega indeciso el tema del Dies Irae. Con gesto claro y expresiva mano izquierda, Méndez logró una respuesta orquestal brillante, de estupendo equilibrio y contrastes netos y poderosos.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios