Un cerillo a Montesquieu

Félix Bolaños, destinado al ‘lawfare’; Urtasun, a petarlo en la ceremonia de los Goya

Cualquier estructura organizativa responde a la visión de quien la diseña, a su experiencia y pericia, a sus afanes de control y poder; también a sus principios y, dado el caso, a su ideología. En la composición de un gabinete ministerial, el presidente investido por el Parlamento es “capitán general”: nombra a quien estima conveniente, crea o elimina los ministerios que quiere, firma el nombramiento de una pléyade de altos subordinados y asesores. Deben imperar, en cualquier caso, las circunstancias del entorno. Frente a las muy inciertas se pone a prueba y testa la capacidad de los jefes máximos.

España, 2011. Complicadísimo año tercero tras el estallido de la que se dio en llamar Gran Recesión. Recordarán: crisis del ladrillo, práctica extinción de las cajas de ahorro, crisis de deuda pública y privada, omnipresencia de la “prima de riesgo”, la Troika, Merkel, préstamo/rescate de 65.000 millones.... Contra las cuerdas el país, Rajoy realizó una jugada técnica inédita, y a la postre exitosa: la bicefalia económica de urgencia. Un poli bueno con alto caché consultor e “idiomas” para Europa y el mundo (Luis de Guindos, ministro de Economía y Competitividad) y un poli malo doméstico para embridar los presupuestos, el gasto, el déficit y, ojo, las autonomías y ayuntamientos (Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda y AA.PP.). Calmar afuera y amarrar adentro. Diseño de estructuras ministeriales de supervivencia nacional. En esos años, entraban políticos y afectos del PP, PSOE y CiU a mansalva en los juzgados y más allá. No era lawfare, era la Justicia trabajando: nuestro refugio institucional.

España, 2023. Año complicadísimo a pesar de que la economía “va bien”: el procés bumerán revienta nuestras costuras. Al rebufo del ataque frontal urdido por Puigdemont, Torra y otros, y en plena sobrecarga judicial ante los graves delitos, Pedro Sánchez se erigió presidente en 2018 con una jugada cortesana de primer orden, en la que Rajoy, quemadísimo, entregó la cuchara entre míticos gin tonics en un bar cercano a las Cortes. La precariedad en votos de Sánchez hizo que emprendiera –con éxito objetivo– un largo currículo de alianzas a diestro y siniestro. Primero a siniestra, con Podemos, al que ha acabado fagocitando; después, ahora, a diestra ultranacionalista catalana: no cabe duda de que Sánchez es un animal político, un tiburón sonriente. Su forma de estructurar los ministerios tras el de repente inmenso peso del voto convergente responde, primero, a su (voluntaria) dependencia de minorías antiespañolas, hechas cíclopes. Además, el presidente expresa su alma, como cualquier diseñador de organizaciones: su presidencialismo irrefrenable, estando en minoría –el PSOE también lo está, de esos polvos...– y obligado a una continua negociación, pasa por la re-multiplicación de carteras o las sobras al poscomunismo de Sumar con carterillas tiesas (Urtasun lo hará de cine en los Goya). Y el rejón negro a Podemos.

Pero la gravedad de su organigrama es sin duda fundir en un ministerio –“a la derecha del Padre”– competencias sobre los tres poderes de un Estado de derecho. Bolaños, un dócil Rasputín, es ya ministro de Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes. Una barbaridad de cartera que vocea que España es un país con una Justicia franquistoide (el lawfare, ya saben: “has golpeado mi puño con tu nariz”). Justo lo que propugna el independentismo conservador catalán; campeón, por su parte, en escándalos de corrupción. Pero cuando tengan su patria, sus jueces serán de pata negra... te partes de risa, y de estupor. El presidente de España en Waterloo no ha mentido ni se ha bajado los pantalones. Sánchez ha hecho todo lo que ha necesitado. Eureka: un disruptivo ministro ELJ (siglas de los 3 poderes de Locke y Montesquieu). Un ganador que no gana elecciones. Un enorme diseñador de tácticas oportunas. Y un pirómano institucional.

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