La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Platón y la plaza de San Lorenzo

Olvidan que las ciudades y las personas son la unión de un cuerpo y un alma. Y que las almas sin cuerpo son fantasmas

En los arreglos del pavimento de la que fue isleta de la plaza de San Lorenzo se ha empezado a hacer lo que el compañero Juan Parejo llama “una chapuza” al colocar “unas nuevas piezas de color ocre que chirrían entre las antiguas de tono rojizo”. Gracias a esta información la Gerencia de Urbanismo ha paralizado las obras. Bien hecho. Pero lo que se ha logrado es un mal menor porque la plaza ya estaba desnaturalizada tras eliminar la elevación central propia de las plazas salón, quitar los adoquines que estaban bajo el asfalto y anegarla en losas grises. Solo se respetó el pavimento de ladrillo en sardinel de la antigua isleta que ahora han estado a punto de cargarse. Para rematar, tras años de desatención, se talaron sus grandes árboles. Se ha salvado lo poco que puede salvarse.

No sé si esto importará a muchos o a pocos. El sevillano no indiferente que vive con intensidad participativa alguna o todas las tradiciones de la ciudad y mantiene una relación digamos que emocional con ella, tiene a la vez una tan escasa sensibilidad patrimonial que se podría definir su amor a Sevilla como platónico. Le hace –como se escribe en El banquete“considerar más valiosa la belleza de las almas que la del cuerpo, de suerte que, si alguien es virtuoso del alma, aunque tenga un escaso esplendor, séale suficiente para amarle (…) y considere la belleza del cuerpo como algo insignificante”.

Me asombra su capacidad para seguir viendo bella la ciudad que dicen amar, aunque los destrozos le hayan hecho perder su personalidad y gran parte de su belleza (sobre todo en lo que se refiere al patrimonio de la vida cotidiana), considerando platónicamente su cuerpo “algo insignificante”. Este cuerpo es la arquitectura doméstica arrasada para ser sustituida por otra mala y vulgar, de cateta y falsa modernidad o, en el mejor de casos, siguiendo con inoportuna arrogancia el famoso “¡jode el contexto!” del arquitecto Kolhaas; son los cines, teatros, cafés, librerías y comercios derribados o destrozados, los hermosos pavimentos sustituidos por mares muertos de losetas grises.

Olvidan que las ciudades, como las personas, son una unión de cuerpos y almas. No hace falta que les recuerde el desagradable trámite por el que hay que pasar para ser solo alma. Y que si estas se empeñan en quedarse por aquí son fantasmales almas en pena.

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