La lluvia en Sevilla

No solo las librerías

En el réquiem por las librerías, me pregunto por las panaderías y pescaderías que también han cerrado

A ver cómo me las maravillo para decir esto sin que parezca que estoy en contra de las librerías, sino radicalmente a favor, además, del resto de pequeños y medianos negocios donde se hace, si no ciudad, sí barrio. Me ayudaré de la poesía, que es el camino más bello y verdadero entre dos puntos. En el poema Maestro de pala, el escritor José Viñals se reconoce y desconoce en su padre, que era panadero. Reconoce sus manos iguales, aunque con diferente oficio; pero también se desconoce en el destino de sus respectivos trabajos: el padre, “con su pan a cuestas, más noble y dorado que el mío; y mucho más colectivo y anónimo, y menos estridente, y más alimenticio y más sabroso; menos eterno pero mucho más diario; más prójimo y fraterno del paladar que de la inteligencia. Y más existencial, y más fornido, más compañero y menos dado a ser roído en soledad y pena”. Ese pan no se firma como un libro, pero me importa. Lo que les vengo a decir es que, en el réquiem que entonamos por cada librería que echa el cierre en esta ciudad (diez han cerrado en 2023), me pregunto por cada panadería o pescadería o copistería o juguetería o tienda de cocinas o de tejidos, también regentadas por gentes de Sevilla que conocían su género, abrían su taller verdadero y en cuyas manos –sigo sisando versos a Claudio Rodríguez– brillaba limpio su oficio, lo mismito que las libreras y libreros que han cerrado o abren al filo de lo imposible. Digo yo que el pan y los peces, como los libros, vertebran los intercambios y la vida de un lugar, y sin embargo me falta movilización vecinal, llamadas al rescate ciudadano, rogativas al Consistorio y videos virales para salvar a Frutería Pili, reparto a domicilio, que cerrará porque el puesto será en breve un bar de copas y su mercado un simple abrevadero.

Insisto, por si alguien se empeña en malinterpretarme: lo mismo que nos hemos hecho responsables de que proyectos siguieran en pie –espacios culturales autogestionados, por ejemplo, en Triana, resistieron a la pandemia gracias al apoyo de la gente–, haríamos bien en ser conscientes del modelo social y económico que tenemos encima, que afecta al modo de vida y al modelo de ciudad, y que tiende a convertir a los dueños de sus propios negocios, cualesquiera que sean, en empleados de grandes cadenas con sede en Barcelona, Madrid, Francia o Suecia.

Más nos valdría hacer cada cual algo por seguir viviendo como se quiere y se pueda. En este sentido, frente a la inercia global y el adormecimiento general, observo a gente despierta y crítica que no compra ni los quebrantos a medias ni los libros y las peras a Jeff Bezos. Les deseo un feliz paseo hasta su panadería, pescadería y librería de confianza.

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